-Mira al frente –me dijo mi padre-. Fue el palacio de un inca.
Cuando mi padre señaló el muro me detuve.
Era oscuro, áspero; atraía con su faz recostada...
—Papá —le dije—. Cada piedra habla. Esperemos un instante.
—No oiremos nada. No es que hablan. Estás confundido. Se trasladan a tu mente y desde allí te inquietan.
—Cada piedra es diferente. No están cortadas. Se están moviendo.
Me tomó del brazo.
—Dan la impresión de moverse porque son desiguales, más que las piedras de los campos. Es que los incas convertían en barro la piedra. Te lo dije muchas veces.
—Papá, parece que caminan, que se revuelven, y están quietas.
Abracé a mi padre. Apoyándome en su pecho contemplé nuevamente el muro.
Las líneas del muro jugaban con el sol; las piedras no tenían ángulos ni líneas rectas; cada cual era como una bestia que se agitaba a la luz; transmitían el deseo de celebrar, de
correr por alguna pampa, lanzando gritos de júbilo.
Las fotografías en Muros (Mérida, 2013), están inspiradas y se acompañan por textos que pueden encontrar en "Los ríos profundos" de José María Arguedas.
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